A lo largo de más de dos mil años, judíos y cristianos han vivido momentos de cercanía y ruptura, de colaboración profunda y dolorosa división. Sin embargo, en medio de esta historia compleja, hay un legado compartido que sigue vivo: la fe en un Dios único, la raíz común de las Escrituras, la búsqueda de justicia, misericordia y verdad, y el compromiso con la dignidad humana.
Hoy, el diálogo judeocristiano no solo se sostiene en el respeto, sino que ha evolucionado hacia la cooperación. En muchas comunidades, judíos y cristianos trabajan juntos por la paz, contra la pobreza, la discriminación y el antisemitismo. Las universidades, los centros interreligiosos y los foros diplomáticos han reforzado esta colaboración desde el conocimiento mutuo y la memoria histórica.
Sin embargo, los desafíos permanecen. Persisten prejuicios en algunas regiones del mundo, y la ignorancia histórica o religiosa puede reactivar viejos resentimientos. Además, el conflicto en Tierra Santa continúa siendo un punto sensible donde la fe y la política se entrelazan, poniendo a prueba la fraternidad entre los hijos de Abraham. Pero precisamente por eso, el testimonio de unidad es más urgente que nunca.
El siglo XXI ofrece una oportunidad única: mostrar al mundo que el diálogo no es debilidad, sino fortaleza. Que el reconocimiento del otro no destruye la identidad propia, sino que la enriquece. Que dos tradiciones religiosas con raíces milenarias pueden caminar juntas sin renunciar a sus convicciones.
La relación entre judíos y cristianos es hoy un símbolo de posibilidad. Un ejemplo de cómo una historia compartida, por más herida que haya estado, puede ser sanada con verdad, memoria, humildad y voluntad de encuentro. No se trata de borrar el pasado, sino de iluminar el futuro con la sabiduría que ambos pueblos han atesorado desde hace siglos.
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